"El año que viene otra vez", "sonáis muy muy muy bien", "ese lo quiero yo pa yerno", "no, que se traga el jamón como si fuera agua", "pues en Rumanía hay cervezas de dos litros y medio"... se oía constantemente.
Un lujo. Bueno, mejor: un lujazo. El el "maravilloso mundo del circo", que dice nuestro becario, te encuentras siempre de todo. Puedes estar horas esperando a tocar, puedes pegarte tres horas de pasacalles sin que aparezca una triste botella de agua, puedes tener que salir por patas cuando se abre el cielo y te caen chuzos de punta. Y también puedes aparecer en Burbáguena.
Será suerte o será otra cosa pero, de nuevo, no hay palabras. Creo que en las dos horas de pasacalles conté ¿tres? ¿cuatro? paradas donde llovían los productos de la tierra. Ese jamón, ese choricito, esa torta, ese moscatel,... Inmenso. Y de nuevo agradeces la simpatía y la cercanía de la gente. Eso hace que te vuelques y toques todavía más a gusto. Es la espiral que hace que la fiesta cada vez sea más grande, más familiar, más agradable. Ni los mosquitos pudieron impedirlo.
En resumen... genial. Si el año que viene, o en cualquier momento, hay que volver a tocar subiendo las cuestas de espaldas (que así parece que bajas), no creo que lo dudemos. Eso sí, que conduzca otro, que yo ese moscatel no me lo pierdo, por tutatis.
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